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  • Foto del escritorArte Como Revolución

Una plaza con recuerdos

Los hombres tienen recuerdos; las plazas, memorias. Esta plaza guarda los recuerdos más felices, los más triste, los relevantes e irrelevantes. Para poder sentirla, verla y tocarla tienes que atravesar venas y arterias, una de ellas: Quilca. En donde los colores de la lucha bañan sus paredes que antes solo contenían anuncios y ahora te recibe con el poema de González Prada: “Dada la inclinación de los hombres al abuso del poder, todo gobierno es malo y toda autoridad quiere decir tiranía”. Ninguna pared de esta calle se había quedado sin cicatrices de la lucha por un país digno.


***

Estas mismas cicatrices hacen retroceder el tiempo y desaparecen los carteles, pero a cambio dejan gritos. Los gritos atraen y adormecen a los que pasan por ahí para llevarlos a la Plaza San Martín. Todo estaba planeado. Es la gran marcha del 14 de noviembre. Un trágico día para la vida de Inti y Jack.


La plaza sabe lo que paso, sabe que hay una tiranía por un gobernador que abusó del poder con un séquito de ambiciosos congresistas que incrementaron la crisis por la que atraviesa el país, sabe que es una lucha justa, sabe que muchos se cayeron cuando trataron de escapar, sabe que muchos se quedaron sin voz, sabe que hubo bombas lacrimógenas y sabe que asesinaron a dos personas.


Las voces resuenan en San Martín. Las mascarillas tienen que estar en su sitio, los pies tienen que correr cuando sientan que se acerca el peligro, el vinagre y el bicarbonato tienen que ayudarte a respirar cuando arrojen las bombas, las cámaras tienen que capturar el momento, los celulares tienen que grabar, las gargantas tienen que gritar, las manos tienen que levantar carteles o golpear con un cucharón las ollas o despertar el ritmo de los tambores. No importa que ya haya pasado un mes, aún se mantienen vivos los recuerdos.


***

Esos recuerdos se desvanecen por la voz de un hombre de unos 65 años en la parte derecha de la plaza: “…en ese sentido la lucha es por el cambio de constitución, tiene que haber una reforma en la política del país”.


Un conjunto de hombres y mujeres observan y asienten ante las propuestas de aquel peruano, ya están cansados de los crímenes del Estado; otros lo escuchan, pero no lo miran, su concentración es para aquel tamal que sacia su hambre; otros miran con recelo y se alejan lentamente hacia la señora que vende almuerzos. El olor no se siente, quizá es por la mascarilla, por el espacio abierto o porque ya contrajeron la COVID-19; sin embargo, la vista es la que esta vez funciona para centrar su atención en aquellos platos de tecnopor.


En un momento solo se escuchan aplausos. La voz del estrado se calla. Sale presuroso, ha perdido el debate, pero no las ganas de cambiar la constitución. Su nombre no lo dice, pero lo conocen como el Guason, 67 años, cabellos salpicados por el transcurso de años y en su faz ya las risas, los momentos tensos, las noches de paz son evidentes. Lingüista por San Marcos y ahora jubilado. El trabajo lo había alejado del debate de las tardes de San Martín, pero la pandemia lo había regresado a la plaza. Gracias a eso su voz vuelve a ser escuchada y de su boca salen las siguientes palabras:


La constitución del chino, si bien nos había sacado de la corrupción y permitió que nosotros tuviéramos una estabilidad, mató la inversión nacional, miles de empresas peruanas se fueron a la quiebra. Yo fui una víctima más de la constitución del 93. Me despidieron. El cambio del 79 era necesario. García nos había dejado en la ruina. Pero ahora la actual no puede continuar, tiene que ser reformada”.

Se queda conversando con un amigo más joven que él, juntos tienen la misma sed de conocimiento. El camino que atraviesa la plaza se convierte en un círculo sin final, el grito desesperado de unos evangélicos atrae la atención de algunos incautos: “Nuestro salvador Jesús está por venir, arrepiéntete pecador, toma tu biblia y lee”.


Algunos se salvan de la voz ensordecedora y decididamente se dirigen a lavarse las manos, de nuevo por el camino circular. Pero otro sonido los acompaña, esta vez no es la voz de Dios, es el canto de una guitarra con su arpa, violincito y su característico rondín que hace resonar el huaynito cusqueño, un huaynito triste, que te traslada a los andes de Acomayo.


La música, el vibrar de las voces, los sonidos de los cláxones, las respiraciones fuertes que eran forzadas por la mascarilla demuestran que la plaza aún tiene vida. La pandemia no era un rival para ella, no alejaba a las personas y las tenía confinadas. Los cuerpos andantes seguían yendo con o sin mascarilla, a pie o con carros, pasaban o se quedaban. Siempre por la plaza con memorias, siempre por la plaza con su caminito a San Martín.


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